dimecres, 18 de juny del 2014

El duelo infantil tras el fallecimiento de un animal de compañía.

Definición de duelo
El duelo es un proceso de malestar, tristeza o aflicción que se vive habitualmente tras la pérdida, por fallecimiento o separación, de un ser con el que se tiene un vínculo importante.
Su descripción clínica considera como parte de la reacción de pérdida síntomas típicamente propios de la depresión mayor, como sentimientos de tristeza y abatimiento, insomnio, anorexia y pérdida de peso. El proceso se considera normal, aunque merece ser tenido en consideración ya que en algunos casos puede llevar a la persona a un episodio depresivo completo con todos los síntomas que conlleva, considerando el periodo de tiempo de 2 meses como referencia. En la infancia, el proceso debe acompañar con especial cuidado. 

Según la edad del menor, las respuestas ante la pérdida serán distintas.
Los niños menores de 5 años suelen reaccionar con cierta confusión o perplejidad, mostrando comportamientos regresivos más típicos de etapas anteriores, ambivalencia o aparente falta de afectación. También es frecuente que expresen su dolor mediante el juego, hecho que no es recomendable frenar y que les ayuda a expresar cómo se sienten. Es importante que los padres sean conscientes de que son un modelo para sus hijos, de manera que es probable que su comportamiento sea imitado por el menor.

Preocupaciones acerca del abandono o la pérdida o miedo a sufrir algún daño son frecuentes, y deberemos responder a ellas con mensajes sinceros de ánimo y tranquilidad. También pueden aparecer preguntas de comprobación de la realidad, como “¿cuándo volverá Max?” o ¿por qué no está Max en su cama?”. Algo que les puede ayudar es disponer de un objeto perteneciente a su compañero perdido, como un collar o una pelota.

Entre los 6 y los 9 años, los niños ya pueden comprender que lo sucedido es irreversible y en algunos casos habrán sido testigos del proceso de enfermedad y deterioro. Este hecho no significa que puedan afrontar este proceso sin un acompañamiento adecuado. Preocupaciones sobre la muerte, la posibilidad de que otro ser querido fallezca o un sentimiento de culpa por lo sucedido son respuestas habituales. También puede aparecer negación, mostrando un comportamiento más alegre y optimista de lo esperado o buscar al animal fallecido por todos los rincones de la casa con la esperanza de encontrarlo.

Entre los 10 años y la adolescencia los niños son capaces de entender que todos los seres que hemos nacido algún día moriremos, pero ven su propia muerte como muy lejana. Es recomendable evitar explicaciones metafóricas, puesto que las tomarán como literales y podrán sentirse aún más confundidos.

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Volver a la escuela lo antes posible les ayudará a recuperar la rutina de su día a día y avanzar en el proceso de aceptación de la pérdida. Algunos niños quieren quedarse en casa porque piensan que así ayudan a la familia o porque se sienten tristes y con pocas fuerzas. 

Aun así, es importante darles ánimo y explicarles que deben seguir aprendiendo y viendo a sus amigos. También es recomendable animarles a seguir haciendo actividades agradables en las que podrá olvidar la pérdida por un tiempo. 

El duelo en la escuela.
En caso de que el menor tuviera un vínculo importante con el animal, es recomendable que los padres tengan al menos una reunión con el principal tutor del niño en la escuela y que se permita al profesorado estar informado de la pérdida así como ofrecer al menor cierta flexibilidad durante unos días. Es posible que se observen dificultades de concentración, irritabilidad, conductas disruptivas o rabietas. Si el proceso de duelo sigue su curso habitual, con apoyo y un poco de flexibilidad (recordando las normas y los límites si es necesario) el niño debería poco a poco volver a su estado previo a la pérdida.

Signos de alerta que debemos tener en cuenta.
  • Llorar en exceso durante periodos prolongados
  • Rabietas frecuentes y prolongadas
  • Apatía e insensibilidad
  • Un periodo prolongado durante el cual el niño pierde interés por los amigos y por las actividades que solían gustarle.
  • Frecuentes pesadillas y problemas de sueño.
  • Pérdida de apetito y de peso.

  • Miedo de quedarse solo.
  • Comportamiento infantil (hacerse pis, hablar como un bebé, pedir comida a menudo...) durante tiempo prolongado.
  • Frecuentes dolores de cabeza solos o acompañados de otras dolencias físicas.
  • Expresiones repetidas del deseo de reencontrarse con el animal fallecido.
  • Cambios importantes en el rendimiento escolar o negativa de ir a la escuela.
Variables que influyen en el proceso de duelo
Variables que facilitan el proceso: animal de edad avanzada, enfermo, que ha muerto de forma natural con el mínimo sufrimiento. Comprensión por parte del niño de que todos los seres vivos cuando llegamos a la vejez tenemos más posibilidades de enfermar y fallecer. Creencias sobre la muerte que reconfortan, como “ahora es libre” “su alma ya no sufre”. Haber vivido otra muerte anteriormente.

Variables que dificultan el proceso: animal joven, sano, que ha muerto de forma repentina, con sufrimiento. También puede dificultar el proceso la existencia de un vínculo elevado con el menor, que ha sido especialmente apoyado por  la presencia del animal. Si es la primera vez que el niño es testigo de el fallecimiento de un ser querido, deberemos tener más paciencia.

Comprensión del concepto de muerte.
Antes de los 5 años los niños no suelen contar con algunos conceptos básicos que les permitirían comprender qué sucede cuando decimos que alguien ha muerto:
  • Universalidad: todo ser vivo muere, de forma inevitable e impredecible.“Max ha muerto, igual que le pasó a Rick, el gato de María. ¿Te acuerdas de él?".
  • Irreversibilidad: una vez hemos muerto, no podemos volver. “No volveremos a tener a Max en casa, ya no está, pero podremos mirar sus fotografías y recordar lo que vivimos. ¿Te acuerdas esa excursión a la montaña que hicimos la semana pasada? Siempre podremos pensar en estos momentos”.
  • No funcionalidad: sucede pero no con una intención. “Si pudiera elegir se quedaría con nosotros, no quería hacernos daño.”
  • Causalidad: toda muerte tiene una causa real, independiente de aspectos como: el comportamiento de otros, pensamientos o actitudes de las personas cercanas. “Max se ha tenido que ir porque su cuerpo ya no aguantaba. Era muy mayor. Cuando tú naciste, él ya tenía 5 años”.
  • Continuación no corpórea: según algunas religiones, tras la muerte existe una continuidad fuera del cuerpo. Teniendo en cuenta las creencias de la familia del menor, nos dispondremos a explicar este hecho de una forma u otra.
¿Cómo comunicar la muerte de la mascota a los niños?
Buscaremos un lugar tranquilo y familiar en el que el niño se sienta cómodo. Lo ideal es que la noticia sea comunicada cuanto antes, para evitar la posibilidad de que oiga una conversación o se lo comunique otra persona. Una de las personas más cercanas al niño, con el que éste tenga un vínculo fuerte y una confianza elevada debería ser la encargada de informar al menor de que su mejor amigo de cuatro patas ya no volverá a casa. El contacto físico (un abrazo, una caricia en el momento adecuado) y una aproximación empática y sin juicios es ideal para acompañar al niño en este momento. Deberemos ser pacientes y acoger sus emociones de la forma más serena posible.

No es recomendable usar las mentiras, las metáforas o los motivos como “se ha escapado” o “se ha ido de viaje” para comunicar la muerte de un animal. Tarde o temprano los niños crecerán y entenderán que pasó con su amigo, desarrollando así ciertos sentimientos de desconfianza hacia la persona que le intentó ahorrar el hecho de afrontar una realidad dolorosa. Es probable que en algún otro momento el menor sea testigo de otras pérdidas, y debe prepararse poco a poco para entender la realidad.

En caso de que la pérdida sea debida a un hecho trágico, como un accidente dramático, con componentes de violencia o mucho sufrimiento, es recomendable no explicar los hechos al menor con el máximo detalle, puesto que podemos generar miedos, imágenes repetitivas o ansiedad innecesariamente.

El caso de la eutanasia
Una forma adecuada de contar a un niño que hemos llevado a su mejor amigo al veterinario y que no volverá de nuevo a casa es informarles de los hechos reales. “Max está muy enfermo, los veterinarios dicen que ya no pueden curarle. Para que no sienta dolor, van a ponerle un líquido que le dejará descansar” “Es importante que entiendas que ya no le volveremos a ver”. 

Recordemos que un niño menor de 5 años tendrá mayores dificultades para entender que el perro que hasta ahora formaba parte de la familia ha fallecido, y por tanto no está en ninguna parte, no volverá y ya no sufre. Preguntas como “¿estará solo ahora?” o “¿tendrá miedo?” son normales a estas edades tempranas.

No es recomendable usar términos como “van a dormirle” o “se queda aquí”, puesto que el niño podría quedar confundido y tener miedo a dormirse o creer que está abandonando a su mejor amigo. Si se tiene la oportunidad, es bueno que el niño pueda despedirse de su compañero. Es un hecho doloroso que deberá afrontar cerca de su familia y con el mayor grado de sinceridad mutua posible.

 Autora: Sílvia Rodellar 


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