El duelo infantil tras el fallecimiento de un animal de
compañía.
Definición
de duelo
El duelo es un proceso de malestar, tristeza o aflicción que se
vive habitualmente tras la pérdida, por fallecimiento o separación, de un ser
con el que se tiene un vínculo importante.
Su descripción clínica considera como parte de la reacción de
pérdida síntomas típicamente propios de la depresión mayor, como sentimientos
de tristeza y abatimiento, insomnio, anorexia y pérdida de peso. El proceso se
considera normal, aunque merece ser tenido en consideración ya que en algunos
casos puede llevar a la persona a un episodio depresivo completo con todos los
síntomas que conlleva, considerando el periodo de tiempo de 2 meses como
referencia. En la infancia, el proceso debe acompañar con especial cuidado.
Según
la edad del menor, las respuestas ante la pérdida serán distintas.
Los niños menores de 5 años suelen reaccionar con cierta confusión
o perplejidad, mostrando comportamientos regresivos más típicos de etapas
anteriores, ambivalencia o aparente falta de afectación. También es frecuente
que expresen su dolor mediante el juego, hecho que no es recomendable frenar y
que les ayuda a expresar cómo se sienten. Es importante que los padres sean
conscientes de que son un modelo para sus hijos, de manera que es probable que
su comportamiento sea imitado por el menor.
Preocupaciones acerca del abandono o la pérdida o miedo a sufrir
algún daño son frecuentes, y deberemos responder a ellas con mensajes sinceros
de ánimo y tranquilidad. También pueden aparecer preguntas de comprobación de
la realidad, como “¿cuándo volverá Max?” o ¿por qué no está Max en su cama?”.
Algo que les puede ayudar es disponer de un objeto perteneciente a su compañero
perdido, como un collar o una pelota.
Entre los 6 y los 9 años, los niños ya pueden comprender que lo
sucedido es irreversible y en algunos casos habrán sido testigos del proceso de
enfermedad y deterioro. Este hecho no significa que puedan afrontar este
proceso sin un acompañamiento adecuado. Preocupaciones sobre la muerte, la
posibilidad de que otro ser querido fallezca o un sentimiento de culpa por lo
sucedido son respuestas habituales. También puede aparecer negación,
mostrando un comportamiento más alegre y optimista de lo esperado o buscar al
animal fallecido por todos los rincones de la casa con la esperanza de
encontrarlo.
Entre los 10 años y la adolescencia los niños son capaces de
entender que todos los seres que hemos nacido algún día moriremos, pero ven su
propia muerte como muy lejana. Es recomendable evitar explicaciones metafóricas,
puesto que las tomarán como literales y podrán sentirse aún más confundidos.
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Volver a la escuela lo antes posible les ayudará a recuperar la
rutina de su día a día y avanzar en el proceso de aceptación de la pérdida.
Algunos niños quieren quedarse en casa porque piensan que así ayudan a la
familia o porque se sienten tristes y con pocas fuerzas.
Aun así, es importante
darles ánimo y explicarles que deben seguir aprendiendo y viendo a sus amigos. También
es recomendable animarles a seguir haciendo actividades agradables en las que
podrá olvidar la pérdida por un tiempo.
El
duelo en la escuela.
En caso de que el menor tuviera un vínculo importante con el
animal, es recomendable que los padres tengan al menos una reunión con el
principal tutor del niño en la escuela y que se permita al profesorado estar
informado de la pérdida así como ofrecer al menor cierta flexibilidad durante
unos días. Es posible que se observen dificultades de concentración,
irritabilidad, conductas disruptivas o rabietas. Si el proceso de duelo sigue
su curso habitual, con apoyo y un poco de flexibilidad (recordando las normas y
los límites si es necesario) el niño debería poco a poco volver a su estado
previo a la pérdida.
Signos
de alerta que debemos tener en cuenta.
- Llorar en exceso durante periodos prolongados
- Rabietas frecuentes y prolongadas
- Apatía e insensibilidad
- Un periodo prolongado durante el cual el niño pierde
interés por los amigos y por las actividades que solían gustarle.
- Frecuentes pesadillas y problemas de sueño.
- Pérdida de apetito y de peso.
- Miedo de quedarse solo.
- Comportamiento infantil (hacerse pis, hablar como un
bebé, pedir comida a menudo...) durante tiempo prolongado.
- Frecuentes dolores de cabeza solos o acompañados de
otras dolencias físicas.
- Expresiones repetidas del deseo de reencontrarse con el animal fallecido.
- Cambios importantes en el rendimiento escolar o
negativa de ir a la escuela.
Variables
que influyen en el proceso de duelo
Variables que facilitan el proceso:
animal de edad avanzada, enfermo, que ha muerto de forma natural con el mínimo
sufrimiento. Comprensión por parte del niño de que todos los seres vivos cuando
llegamos a la vejez tenemos más posibilidades de enfermar y fallecer. Creencias
sobre la muerte que reconfortan, como “ahora es libre” “su alma ya no sufre”. Haber
vivido otra muerte anteriormente.
Variables que dificultan el proceso:
animal joven, sano, que ha muerto de forma repentina, con sufrimiento. También
puede dificultar el proceso la existencia de un vínculo elevado con el menor,
que ha sido especialmente apoyado por la
presencia del animal. Si es la primera vez que el niño es testigo de el
fallecimiento de un ser querido, deberemos tener más paciencia.
Comprensión
del concepto de muerte.
Antes de los 5 años los niños no suelen contar con algunos
conceptos básicos que les permitirían comprender qué sucede cuando decimos que
alguien ha muerto:
- Universalidad: todo ser vivo muere,
de forma inevitable e impredecible.“Max
ha muerto, igual que le pasó a Rick, el gato de María. ¿Te acuerdas de él?".
- Irreversibilidad: una vez hemos muerto, no podemos volver. “No volveremos a tener a Max en casa, ya no está, pero podremos mirar
sus fotografías y recordar lo que vivimos. ¿Te acuerdas esa excursión a la
montaña que hicimos la semana pasada? Siempre podremos pensar en estos
momentos”.
- No funcionalidad: sucede pero no con una intención. “Si pudiera elegir se
quedaría con nosotros, no quería hacernos daño.”
- Causalidad: toda muerte tiene una causa real, independiente de aspectos
como: el comportamiento de otros, pensamientos o actitudes de las personas
cercanas. “Max se ha tenido que ir porque
su cuerpo ya no aguantaba. Era muy mayor. Cuando tú naciste, él ya tenía 5 años”.
- Continuación no corpórea: según
algunas religiones, tras la muerte existe una continuidad fuera del cuerpo.
Teniendo en cuenta las creencias de la familia del menor, nos dispondremos a
explicar este hecho de una forma u otra.
¿Cómo
comunicar la muerte de la mascota a los niños?
Buscaremos un lugar tranquilo y familiar en el que el niño se
sienta cómodo. Lo ideal es que la noticia sea comunicada cuanto antes, para
evitar la posibilidad de que oiga una conversación o se lo comunique otra
persona. Una de las personas más cercanas al niño, con el que éste tenga un
vínculo fuerte y una confianza elevada debería ser la encargada de informar al
menor de que su mejor amigo de cuatro patas ya no volverá a casa. El contacto
físico (un abrazo, una caricia en el momento adecuado) y una aproximación
empática y sin juicios es ideal para acompañar al niño en este momento.
Deberemos ser pacientes y acoger sus emociones de la forma más serena posible.
No es recomendable usar las mentiras, las metáforas o los motivos
como “se ha escapado” o “se ha ido de viaje” para comunicar la muerte de un
animal. Tarde o temprano los niños crecerán y entenderán que pasó con su amigo,
desarrollando así ciertos sentimientos de desconfianza hacia la persona que le
intentó ahorrar el hecho de afrontar una realidad dolorosa. Es probable que en
algún otro momento el menor sea testigo de otras pérdidas, y debe prepararse
poco a poco para entender la realidad.
En caso de que la pérdida sea debida a un hecho trágico, como un
accidente dramático, con componentes de violencia o mucho sufrimiento, es
recomendable no explicar los hechos al menor con el máximo detalle, puesto que
podemos generar miedos, imágenes repetitivas o ansiedad innecesariamente.
El
caso de la eutanasia
Una forma adecuada de contar a un niño que hemos llevado a su
mejor amigo al veterinario y que no volverá de nuevo a casa es informarles de
los hechos reales. “Max está muy enfermo, los veterinarios dicen que ya no
pueden curarle. Para que no sienta dolor, van a ponerle un líquido que le
dejará descansar” “Es importante que entiendas que ya no le volveremos a
ver”.
Recordemos que un niño menor de 5 años tendrá mayores dificultades
para entender que el perro que hasta ahora formaba parte de la familia ha
fallecido, y por tanto no está en ninguna parte, no volverá y ya no sufre.
Preguntas como “¿estará solo ahora?” o “¿tendrá miedo?” son normales a estas
edades tempranas.
No es recomendable usar términos como “van a dormirle” o “se queda
aquí”, puesto que el niño podría quedar confundido y tener miedo a dormirse o
creer que está abandonando a su mejor amigo. Si se tiene la oportunidad, es
bueno que el niño pueda despedirse de su compañero. Es un hecho doloroso que
deberá afrontar cerca de su familia y con el mayor grado de sinceridad mutua
posible.
Autora: Sílvia Rodellar